Bueno, nunca me he considerado una persona de perros. No porque no me gustaran, sino porque simplemente nunca había tenido uno. Pero lo que no sabía era que ser peludo y con tendencia a lamerse el culo estaba a punto de cambiar mi vida de una forma que jamás hubiera imaginado.
Willi nos llegó de rebote. Y bendito rebote. Mi chica y yo no estábamos ni en casa ese día. Y nos llamó su tío y nos dijo que había un perro que se quedaba sin cuidador porque no lo quería. Mi primera reacción fue que “ni de coña” y “es mucha responsabilidad”. Pero al final nos decidimos a acogerlo temporalmente. Y temporalmente han pasado ya 7 años.
Al principio, dudé. No sabía nada de perros, ni cómo acercarme, ni cómo ayudarlo. Los primeros días no fueron fáciles. Willi estaba desorientado y con una energía cada vez que salía a pasear. Ninguno de los dos sabía muy bien qué hacer con el otro. Pero con el paso de las semanas, algo empezó a cambiar. Willi fue adaptándose al nuevo hogar y siempre te estaba buscando para compartir calor. Las siestas cambiaron y se volvieron a un nivel superior. Además, tiene un sexto sentido que detecta cuando estás cansada y vas camino de una siesta de pijama y orinal.
Hoy, no me imagino la vida sin Willi. A veces, me pregunto cómo he podido vivir tanto tiempo sin esa compañía silenciosa que da tanto a cambio de una caricia. Mirar como duerme tan agustito se ha convertido en un pasatiempo increíble.
